El crucero “AidaNova”, atracado en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, se iluminaba durante media hora para proyectar un mensaje de ánimo a la población. El mensaje “Gracias Tenerife” proyectado a través de la combinación de las luces de los camarotes cargaba de emotividad esta muestra de afecto y cariño hacia la isla pocas horas antes de zarpar. Se le despidió con vítores y aplausos en estos momentos tan duros para todos.

Episodios muy distintos. Los canarios sabían que la alegría y el mal solían arribar por mar. En 1832, el Beagle fondeó cerca del puerto de Santa Cruz de Tenerife. Llevaba a bordo a un joven naturalista, Charles Darwin, deseoso de desembarcar para conocer aquella isla que Alexander von Humboldt había pisado en 1779. El británico tenía delante el imponente pico del Teide, que el sabio alemán había recorrido en sus seis días en la isla, pero las autoridades pusieron al Beagle en cuarentena. Temían que el cólera que asolaba Inglaterra infectara la isla. El capitán no quiso esperar el tiempo dictado. Darwin partió sin ver cumplido su sueño. La epidemia impedía así a Darwin pisar Tenerife.

En 1918, el barco Santa Isabel (el Titanic gallego) comenzaba su ruta desde España a Cuba y Puerto Rico. Iba repleto de emigrantes gallegos que desde A Coruña buscaban su suerte en el Nuevo Mundo, parte de los 1.146 pasajeros que viajaban junto a 89 sacas de correspondencia, 50 bueyes, 70 toneladas de vino, 2.000 de carbón. Canarias era solo una etapa en la larga travesía. La capital grancanaria, muy castigada por el bloqueo de puertos por la Primera Guerra Mundial, se las prometía muy felices: se llenaría la ciudad de “trabajo, vida y alegría”. Darían la sensación, detallaba la crónica previa del Diario de Las Palmas, de “una rica caravana que pasa sembrando dinero”. Pero, a solo un día de desembarcar en Las Palmas –más de 60.000 habitantes en aquel entonces- el capitán daba una mala noticia a las autoridades grancanarias a través de un radiograma: “Llegamos al amanecer. 75 casos de gripe. 18 graves. 5 defunciones”. Cuando el barco asomó a las pocas horas ante el puerto de La Luz, en un mástil ondeaba la temida bandera amarilla y negra, signo de cuarentena a bordo.

Las autoridades dudan. ¿Llevarlos quizá a la apartada isla de La Graciosa, en Lanzarote? ¿Y a la recóndita playa de Los Cristianos, en Tenerife? Finalmente se decide que será el lazareto de Gando, una instalación para aislar a infectados y sospechosos de serlo, en el este de Gran Canaria. Eso diluyó las esperanzas iniciales pero salvó a las islas que se habían consolidado para entonces como un destino de turismo sanitario por la bondad de su clima para los enfermos de tuberculosis de toda Europa.

Alejandro de Bernardo
@AlejandroDeBernardo