En el año 1460 antes de que Castilla ocupase Gran Canaria, solían venir a las Islas algunos barquitos de muy pequeño calado pero dispuestos a ratear de las costas todo lo que pudieran. En una ocasión, Diego de Herrera, conquistador de Lanzarote, cuando regresaba de la Isla del Hierro, sintió que la brisa empujaba a sus goletas en dirección a Bañaderos y no quiso desperdiciar la oportunidad. Saltaron a tierra varios de los suyos y prepararon una emboscada. A eso del amanecer vieron llegar por aquellas inmediaciones un grupo de isleñas en actitud de bañarse.
Mientras reían y charlaban bañándose desnudas las tres hermosas jóvenes en la orilla del mar, los soldados las miraban desde su escondite y sin que ellas se dieran cuenta. De repente, se decidieron a salir de entre las ramas y aunque dos de ellas pudieron huir, Tenesoya, sobrina del guanarteme de Gáldar, Tenesor Semidán, cayó en manos de sus captores por más que se debatió y gritó solicitando auxilio. En su socorro sólo pudo acudir su vieja aya Tazirga. También ella fue capturada.
Tenesoya fue llevada a Lanzarote y puesta al servicio de doña Inés Peraza, mujer del conquistador Diego de Herrera. Allí vivió largo tiempo, en el que fue instruida en el Cristianismo y después de bautizada tomó el nombre de Luisa. Se desposó con Maciot Perdomo, de la casa de los Bethencourt.
Mientras tanto, Tenesor Semidán, su tío, hacía cuanto podía para recuperarla, llegando a ofrecer por su rescate ciento trece cristianos cautivos que había en su poder. Ante aquella propuesta accedieron los europeos y cambiaron a Tenesoya por los prisioneros. Apenas se concluyó el canje regresaron a Gáldar la muchacha y también su aya Tazirga. Pronto se dieron cuenta que aquélla no era la misma Tenesoya que fue robada un día de los Bañaderos de Gran Canaria.
Lo primero que hizo fue convertir a la religión cristiana a su padre, al que bautizó. Poco tiempo después, asistida por Tazirga y aprovechando la oscuridad de la noche, huyó de su casa encaminándose a la playa. Allí embarcó en una carabela en la que esperaba su marido.
Guayarmina, hija de Tenesor Semidán y prima por tanto de Tenesoya, contó que algo maravilloso había mediado en aquella fuga. Y era que, compartiendo las dos el mismo aposento, la noche en que Tenesoya se escapara, vio cómo se levantó de su lado, abrió la puerta extremadamente pesada, tanto que sólo entre hombres robustos la movían, y pasó por en medio de los perros sin que estos ladrasen ni ella hiciera el menor ruido. Como si una fuerza remota hubiese puesto fuerzas ajenas en sus brazos… como si Tenesoya fuese capaz de andar sin pisar el suelo, caminando inaudible por el aire.
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