No sabemos mucho de las creencias religiosas de los antiguos habitantes de Canarias, aunque una pequeña parte pudo ser salvada por los historiadores y otra se mantuvo viva mediante la transmisión oral. Gracias a ellos sabemos que no sólo creían en la vida después de la muerte, sino que tenían su propio mito de la creación del Mundo.

Por ellos podemos comprender la figura de Achamán (también llamado Achuhuran, Achahucanac, Achguayaxerax o Achoron), el dios supremo de la creación y los cielos, y cuyo nombre significa precisamente el cielo o los cielos, en relación con la cúpula celeste. Según estos mitos de los aborígenes en un principio sólo había oscuridad, un tiempo en el que los colores no existían y en el que el cielo no se reflejaba en las aguas marinas.

En un momento indeterminado llegó el todopoderoso e inmortal dios Achamán (llamado Acorán, el celestial en la isla de Gran Canaria), que tomó las cumbres de las montañas como hogar desde el que comenzar su tarea de creación de todas las criaturas vivas y de la naturaleza. Después de terminar su tarea se regocijaba contemplándola desde las cumbres.

Tal fue la satisfacción por la belleza de su obra que un día, en la cima del Echeyde (Teide), pensó que debía compartir su creación, que tanta hermosura no podía ser solo para sus ojos. Y así decidió crear al ser humano, no sólo testigo de su obra, sino también encargado de conservarla y protegerla viviendo en armonía. Entonces, mujeres y hombres poblaron la Tierra bajo la atenta mirada de Achamán, quien mitigó en parte su soledad y pudo dar sentido a todo lo que había creado.