Si es que da gusto ver todo lleno: terrazas, restaurantes, aviones, barcos, copas, fiestas… Da gusto. Se llama verano y saludamos de nuevo el hedonismo, el no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, el carpe diem, el dámelo todo desde ya no sea que me vuelvan a confinar. Tengo la sensación de que toca huir hacia delante después del tiempo que nos hurtó la Pandemia. Y hacemos colectivamente bien porque la mejor enseñanza siempre es vivir el presente, el único tiempo que conocemos. Lo malo es no aprender de los errores. Y si hay un error que nos mostró a las claras la propia Pandemia, que ya casi parece algo del siglo pasado, es que las urgencias del cambio climático no esperan.
Todavía recuerdo a todo el mundo celebrando que con el confinamiento los peces habían vuelto a Venecia y que los pájaros habían vuelto a volar sin miedo a empegostar sus alas en hediondos humos. La naturaleza nos recordó en aquella ocasión la perentoria necesidad de respetarla porque nos va la vida en ello. Unos meses después nos quejamos del precio de los carburantes y de la electricidad, pero el mensaje ecologista que repetíamos cuando la mascarilla nos obligaba ahora resulta olvidado.
«Vamos sobrados de vientos y solajeros pero gastamos más tiempo en ver qué gasolinera tiene la gasofa unos céntimos más barata»
Echo de menos reeditar aquella unanimidad en torno a la naturaleza y su conservación que concitó el susto del coronavirus. De acuerdo con la necesidad de ahorro energético, pero busco la reivindicación de obligarnos a las energías limpias, al viento y al sol. Y no lo encuentro. Canarias es mal ejemplo en este sentido: vamos sobrados de vientos y solajeros pero gastamos más tiempo en ver qué gasolinera tiene la gasofa unos céntimos más barata. Bebemos agua embotellada sin parar, mandando plástico a mansalva a mares poco reciclados. Celebremos esta escapada hacia delante, pero tampoco es tan difícil ni depresivo enfrentar los problemas más gordos que acarrea nuestra violenta actitud contaminadora.
Poco nos duró la alegría colectiva de las ballenas volviendo a Venecia porque sus aguas eran de nuevo transparentes. Creo que esta vez deberíamos escarmentar y poner sobre la mesa, muy en serio, el cambio climático. El futuro tiene que ser azul. Y podemos poner nuestro granito de arena para que haya playa. Individual y colectivamente faltan nuestros gestos para que el azul sea cielo.
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