Está bien lo de tener una fecha para celebrar el día de la mujer, a pesar de que hay quienes se adueñan del evento imponiendo color político ante un movimiento que pertenece a todas las personas. Es importante festejar logros y planificar lo mucho que queda por hacer para lograr una sociedad en donde liberté, égalité, fraternité se aplique al género de manera espontánea.
Nos han educado, y educamos, condicionadas por las circunstancias que nos acompañan, pero conviene cuestionar aquello que no conlleve una paridad autentica.
Siempre percibí un ambiente aparentemente igualitario en casa. Mi madre no solo paseó palmito por la universidad, sino que con su empresa de moda era la que generaba más ingresos en casa. Pese a eso me doy cuenta de que hay comportamientos heredados que han condicionado mi identidad como mujer y ante los que me rebelo por responsabilidad hacia la generación que me prosigue.
«Me casé joven con un guapito de cara, de mecha corta y mano ligera»
Hasta hace bien poco y salvo contadas excepciones, la proyección personal de la mujer estaba bastante ligada a la figura masculina que la acompañaba. Si tenías carácter tenías que contenerte, hacerte chiquita y facilitar el brillo del otro. Al hombre que elegía una pareja potente sin sentirse intimidado, los machitos alfa, nerviositos, lo calificaban de calzonazos.
Me casé joven con un guapito de cara, de mecha corta y mano ligera, al que despaché gracias a un planeadísimo carretera y manta envalentonada por el I will survive de Gloria Gaynor. Lo tremendo de la sensibilidad de la época es que cuando, estrenando milenio, avanzaba pletórica hacia los brazos de mi actual pareja, una tía querida me soltó un «a ver si este te dura», dando voz a una sociedad que frente al maltrato seguía responsabilizando a la mujer.
Es fundamental que las mujeres hagamos piña. Me rompo cuando veo a algunas a las que se les va la fuerza por la boca reclamando poderío y derechos, para luego compartir café mientras comentan sobre lo vieja o gorda que está la de la mesa vecina. No puedo con la incongruencia.
A mis hijas las quiero autónomas en su proyecto vital, soberanas de su persona y responsables de su felicidad.
Y como a buen entendedor sobran palabras, permítanme que acompañe mi posicionamiento con musiquita, decantándome por otro clásico, el Respect de la monstrua Aretha. Qué menos.
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