La leyenda que hoy recojo aquí se dio a mediados del siglo XVI. En concreto durante el invierno de 1545 en la isla de El Hierro. Unos cabreros que apacentaban su ganado en La Dehesa, como ha sido costumbre entre los pastores de aquella isla desde tiempos inmemoriales, avistaron un barco que navegaba hacia el Oeste. Aquel barco llamó su atención y buscaron un lugar donde poder contemplarlo a placer. El velero superó la punta de Orchilla. Sin embargo, no transcurrió mucho tiempo antes de que girase y volviera sobre su propia estela a penetrar nuevamente en el Mar de las Calmas. Se detuvo en la rada, bahía o ensenada donde las naves pueden estar ancladas al abrigo de los vientos.

Los pastores se acercaron más para ver mejor lo que sucedía. Observaron cómo los tripulantes maniobraban con el velamen hasta que lograron enfilar nuevamente la proa rumbo a occidente y rebasaron otra vez la punta de Orchilla. Al poco tiempo, se torció la ruta de la nave y regresó a la bahía por segunda vez. Este extraño comportamiento continuó repitiéndose una y otra vez, hasta que los herreños decidieron poner sobre aviso al alcalde Bartolomé Morales, el cual decidió bajar al día siguiente con un grupo de hombres armados para ver que sucedía.

«La nave continuaba intentando abandonar el Mar de las Calmas sin conseguirlo»

Mientras, la nave continuaba intentando abandonar el Mar de las Calmas sin conseguirlo. Cada vez que lo intentaba el viento cambiaba de dirección y lo devolvía a pocos metros de tierra firme. Los marinos estaban tan confusos como los pastores. Así, cuando vieron que un grupo de isleños se acercaba a la orilla, echaron una barca y fueron a su encuentro para informarles de lo que sucedía. Tras un rato de charla, volvió cada uno a su tarea: los pastores a sus cabras, los marinos a luchar contra aquel viento extraño y circular.

Pasaron horas, días, semanas… y la nave continuaba su extraordinaria navegación redonda. Sucedió que el agua y los alimentos de a bordo tocaron a su fin y se avisó a Bartolomé Morales para que les vendiese comida. El capitán le comento que no tenía dinero, pero que podría darle a cambio una imagen de la Virgen María que tenía en el barco. Se pusieron rápidamente de acuerdo y el trato se llevó a efecto el día 6 de enero del nuevo año de 1546. Entonces comenzó a soplar una brisa que impulsó la nave hacia el oeste, al tiempo que los herreños depositaban la imagen en una de las cuevas de Caracol.

Los vientos no cambiaron esta vez y el barco fue empequeñeciéndose en el horizonte. Por ser el día de los Reyes Magos, decidieron llamar así a la imagen recién adquirida: Virgen de los Reyes, que es como aún se le conoce. El 25 de abril de 1577 se terminó de construir la actual ermita, cerca de la primitiva cueva.