A mí hay velocidades que no me gustan nada. Cuando voy en moto y me pasa el chalado de turno doblando la velocidad permitida, por ejemplo, pero tampoco me gustan esas otras velocidades del siglo XXI que, a base de tanto vértigo, nos descolocan. Hace nada se hablaba mucho de la necesidad de educar en valores, pero, de un tiempo a esta parte, todo va tan rápido que no hay tiempo de nada, tiempo de calidad, y si no tiempo al tiempo, que me darán la razón. Que la tecnología va tan veloz que nos pasa por delante. Oímos el mantra, pero nadie hace nada. Hasta hace poco había cines y periódicos en papel, y ya son como los dinosaurios al borde de la extinción. Pero, ¿tendremos tiempo de preguntarnos qué perdemos de veras al perder cines y periódicos? Y así empieza una larga ristra.

Antes íbamos al banco y a la clientela nos regalaban, a veces, una tele o una tostadora. Ahora no solo no podemos ir al banco, sino que su trabajo lo hacemos en el móvil vía app, y los bancos son más caros. Antes iba a un vídeo-club y elegía pelis, ahora tengo que entrar no solo por los gustos de Amazon o Netflix, sino que son esas plataformas las que hacen el peor cine que irremediablemente vemos. Los colegios e institutos gastan la mitad de su tiempo lectivo en intentar que escolares y adolescentes se desenganchen al menos durante unas horas de móviles y redes, prácticamente en vano, porque su atención ya es dispersa, trastornada. Sus cerebros jóvenes no soportan tanta velocidad.

«De un tiempo a esta parte, todo va tan rápido que no hay tiempo de nada»

Las familias son cada vez menos familias (Canarias, sin ir más lejos, tiene el récord de divorcios), pero, detrás de esa realidad, hay miles de menores desestabilizados. Si se quiere ligar o encontrar pareja o con quien acostarnos, recurrimos a apps a lo Tinder, con lo que se chatea y se hace match por menos, se queda esta noche y, en general, hasta se echa un polvo rapidito, valga la ironía. Estupendo, vale, pero, todo tan velocípedo que vuelvo a preguntarme qué nos estamos perdiendo o qué estamos dejando atrás.

Vamos muy rápido, muy muy rápido, pero esos coches que nos adelantan despendolados son los que tarde o temprano nos encontramos estallados como pitas en el arcén, amasijo de hojalata y humos. No es recomendable tanta velocidad porque nadie se para a pensar en todo lo que perdemos. Las voces del pasado, hasta ahora, nos informaban del presente y del futuro. Ahora solo hay un largo presente veloz que no entendemos. Hay por ahí un lento fracaso que no queremos enfrentar. Despacito es como se ve el paisaje.