Dice el refrán que «Quien canta sus males espanta» y en esos lindes anda la Shakira, despachando gorgoritos a diestro y siniestro. Convirtiéndose en referente de todas las féminas que han sido ninguneadas e instaurando un nuevo mantra que ha llegado para quedarse: «Las mujeres no lloran, las mujeres facturan». La de Barranquilla siempre se ha caracterizado por utilizar su exitosísima carrera para hacernos partícipe de su vida. Momentos dulces o amargos que manifiesta en sus canciones, experiencias que comparte con quienes empatizamos por la coincidencia con historias cercanas.

Lo que sorprende es el revuelo mediático provocado, foros donde se pontifica sobre la conveniencia o desacierto de que la cantante utilice su profesión para mitigar sus traumas. Práctica, que conviene recordar, es fuente de inspiración de numerosas disciplinas artísticas.

Me incomoda escuchar voces públicas afear a la colombiana por no haberse contenido, acusándola de falta de señorío, amparadas por el casposo dogma de que la buena, devota y sacrificada madre, es la que se anula, convirtiéndose en caldo de cultivo perfecto para prolongar situaciones de abuso e infelicidad.

«Las separaciones, enfermedades y demás situaciones traumáticas son parte intrínseca de la vida y hay que normalizarlas»

Calladita por el bien de sus hijos, dicen. Sus retoños están lejos de la ignorancia que se les presume por la edad. 

El desamor tiene muy poco margen para camuflarse y se delata en los mil pequeños detalles con los que afrontamos nuestra cotidianidad. Comportamientos que, al pretender ignorar, normalizamos, perpetuando en las siguientes generaciones una cultura de opresión y desencuentros.

Soñamos con ser parejas estupendas, criar con acierto y cariño, pero aunque hay circunstancias en las que podemos desarrollar un rol con éxito y no ser tan hábiles en otros menesteres, no por ello deberíamos ocultar esa realidad a nuestra prole. La verdad se afronta con amor y sin manipulaciones. Las separaciones, enfermedades y demás situaciones traumáticas son parte intrínseca de la vida y hay que normalizarlas. Necesitamos una sociedad más sana e igualitaria en la que humanicemos a las madres y padres aprendiendo de sus errores, entendiendo que para trasmitir valores hay que dar ejemplo.   

Recomiendo, para quien le falte un hervor emocional evidente, añadir al «sal-pique» de una de las estrofas de Session 53, un toque canario explicito: p’allá.

Y a mi admirada latina, le comparto un favorito ochentero: «Nena, tú vales mucho».