Al llover se eliminan del aire un gran número de sustancias tóxicas que están en suspensión. La lluvia mejora su calidad y hace que respiremos un aire más puro. Últimamente, la verdad, valoro mucho la idea de vivir fuera de la ciudad. No es que no me guste el ruido que genera el estar cerca de todo, el ajetreo de las calles (y más ahora con el Black Friday y las fiestas navideñas, otros temas que dan mucho que hablar) o la cantidad de panarias que hay para ir a desayunar. Simplemente, es que el ritmo de vida que ofrece la city ya no me interesa. No me interesa porque he empezado a valorar mucho más a los cactus, a los potos, a los helechos, a los naranjos, a los aguacateros, a los bichitos y al aire. Sobre todo, al aire. Y tengo la certeza de que es un pensamiento que he desarrollado tras la Pandemia (y tras haber empezado a practicar yoga). De hecho, según me cuentan algunos colegas que trabajan en el mundo de las inmobiliarias, la demanda de casas con terraza y en entornos más naturales ha aumentado tras el confinamiento. Normal. Tuve la suerte de pasar parte de mi infancia subida a un árbol. Y cuando no estaba ahí, estaba en una playa de arena negra recubierta de agua y sal, al son de la fresca brisa marina… ¡Allá que me voy!