Ños. Esa gente que curra cuando dejamos a nuestras hijas e hijos en los colegios e institutos. Profes que deben ser invisibles. Pobres. En medio de esta pandemia nadie se ha acordado hasta ahora de los equipos educativos. Cuando el confinamiento animábamos en los balcones al personal sanitario. Olé, se lo merecían, pero nadie se acordaba del cuerpo docente, el otro eje primordial sobre el que gira nuestro día a día.

En el confinamiento triplicó su jornada laboral para atender on-line al alumnado, que ya sabemos cómo está el patio, repleto de malacrianza. Porque el profesorado no es autoridad académica.

Ahora, un año después de que la Covid-19 se pusiera cachonda para fastidiarnos los planes y sepamos de muchas vidas truncadas por la muerte, al docente, por fin, le toca vacunarse. Y a nadie le ha importado hasta la fecha. Total, solo ha tenido entre manos el futuro de España, la educación de la próxima mano de obra, conducir el talento de la juventud para que piense, escriba, lea, haga cuentas.

Nadie pensó que si fallaba el profesorado se caía la economía. ¿Qué haríamos durante el horario escolar? ¿Trabajar? Si son un eje económico y educativo de vital importancia me pregunto si no es hora de que le aplaudamos un fisco o le demos, aunque sea, una mísera palmadita en la espalda. Hablamos de profes que se exponen al virus tanto o más que quienes se afanan en la actividad sanitaria. Cualquier centro educativo es un hormiguero de gente al que se unen madres y padres. Y mucho están sudando la gota gorda este curso, impartiendo las clases con mascarillas y desinfectando papeles y libros y tabletas a todas horas.

«Me pregunto si no es hora de que le aplaudamos un fisco o le demos, aunque sea, una mísera palmadita en la espalda»

Educación y sanidad son los pilares de cualquier sociedad que se precie, pero cuando empezó el curso y el coronavirus cabalgaba desbocado y todo el mundo estaba acojonado, valga el ripio, al conjunto de profes se le lanzó a la plaza a torear diciéndole que abriera mucho las ventanas de las aulas para que corriera el aire y se encomendara a San Hidrogel en medio de hordas de chiquillaje a los que todavía el uso de la mascarilla les venía grande.

Profe, voy a salir al balcón a aplaudirte y, educadamente, darte las gracias.