En la isla de Fuerteventura, hace de esto ya mucho tiempo, convivían los reinos de Maxorata y Jandía, gobernados por Guise y Ayose respectivamente. Muchas eran las discusiones que se producían entre los dos hasta que decidieron construir un muro que delimitase los territorios con una barrera palpable. Y durante un tiempo se vivieron tiempos de paz.
Ambos reyes, así como sus súbditos, tenían especial respeto y admiración por Tibiabin, una adivina cuyas predicciones se cumplían con inquietante precisión. La hija de Tibiabin, llamada Tamonante, tenía también un papel importante en las decisiones del pueblo, y sus sabios consejos eran escuchados y tenidos en cuenta por los gobernantes.
La curiosidad quiso que tanto Ayose como Guise se presentaran ante Tibiabin para conocer qué deparaba el destino a sus reinos y a ellos mismos, así que le preguntaron a la adivina: «¿Qué final nos espera?».
«Cuenta la leyenda que la adivina dijo a los reyes que por el mar llegarían hombres poderosos montados en casas flotante»
Cuenta la leyenda que la adivina, tras realizar su pequeña ceremonia, dijo a los reyes que por el mar llegarían hombres poderosos montados en casas flotantes, y que no debían recibirlos con violencia, puesto que traían esperanza y beneficios a sus gentes. Pero estas palabras no gustaron a los monarcas, que abandonaron a la adivina en medio de profundas reflexiones.
Cuando llegaron a Fuerteventura las fuerzas de Juan de Bethencourt y de Gadifer de la Salle, comenzaron a producirse los episodios de la conquista, de los que la población isleña trató de defenderse, pese a las palabras de Tibiabin, que auguraban desgracias aún mayores si se combatía a los extranjeros. Hasta sus últimas fuerzas se defendieron ambos reyes, pero ante la superioridad de los extranjeros, no pudieron hacer otra cosa que rendirse.
Tibiabin guardaba la esperanza de que los extranjeros cesaran sus hostilidades, y que entonces comenzaría una era de paz y prosperidad entre ambos pueblos, y así se lo hicieron saber a los isleños, tanto madre como hija, instando a todos a rendirse pacíficamente. Pero esta época no llegó, y con el paso del tiempo y el empeoramiento de las condiciones de los isleños bajo el yugo español, ambas mujeres fueron presas del odio de las multitudes.
Quiso el destino que su error fuese pagado en forma de desgracia, ya que al arribo de las primeras naves piratas en Fuerteventura, Tibiabin fue tomada por la fuerza y desapareció a bordo de un barco que no volvió jamás. Su hija, ante la tristeza de verse sin madre, sin amigos, sin el respeto de las gentes y maldita por los suyos, no pudo hacer otra cosa que poner fin a sus días arrojándose por el Barranco del Janubio.
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