De las ocho islas del archipiélago canario, la segunda más pequeña en extensión es El Hierro. Hoy vamos a relatar aquí la leyenda probablemente más conocida de la Isla del Meridiano. Se cuenta que el árbol Garoé tenía un tamaño impresionante. Era un árbol muy especial para los primitivos herreños -los bimbaches- por lo que se dedicaban a cuidarlo con mimo y afán. Lo adoraban como a un dios y el árbol se lo agradecía dándoles gran cantidad de agua dulce, tan escasa como apreciada en aquel entonces.
Cuentan que su tronco medía un metro y medio de diámetro y gracias a su grandiosa presencia, captaba el agua condensada en el mar de nubes, consiguiendo así mantener a su alrededor la suficiente humedad como para que la tierra fuera fértil. Además de sus ramas caían abundantes gotas de agua que eran aprovechadas por los isleños de aquel entonces. Este mítico árbol se encontraba en una ladera constantemente bañada por el alisio, y a unos mil metros de altura sobre el nivel del mar.
La leyenda cuenta que, ante la llegada de los españoles, los bimbaches se reunieron y decidieron ocultar su existencia a los extranjeros. Así, si no descubrían esta prodigiosa fuente de agua dulce, la sed acabaría por hacerlos desistir de su idea de asentarse en aquellas tierras. Para ello guardaron reservas suficientes y se abstuvieron de acercarse al árbol que les daba vida.
Y a punto estuvieron de conseguir su propósito. Pero Agarfa, una joven bimbache, enamorada de un soldado andaluz que formaba parte de la expedición, lo condujo directamente hasta el árbol que el necesario elemento les proporcionaba, traicionando así a los suyos. Poco después Armiche, el Mencey, fue capturado y con él todos aquellos que lo seguían y defendían.
En 1610, fortísimos vientos arrasaron toda esa zona y el árbol Garoé fue arrancado de la tierra que tan orgullosamente lo alimentaba. Tras él, los aborígenes de El Hierro, los bimbaches, desaparecieron -entre otras cosas- por falta de agua.
Dicen que también los españoles, ya instalados en la isla, pidieron ayuda a su rey ante la sequía, pero no recibieron respuesta y se cuenta que muchos de ellos terminaron muriendo de sed.
La importancia del árbol Garoé fue tal, que aún hoy en día su recuerdo pervive en el escudo oficial de la isla. Y, cómo no, en el corazón de todos los herreños.
Alejandro de Bernardo
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