Cuentan las ancianas de principios del siglo XIX que de pequeñas escuchaban de sus propias abuelas una historia de amor y de celos. Estas ancianas, en su día pequeñas curiosas, se arropaban en las faldas de sus madres y tías para escuchar bajo el fuego de las cocinillas esta historia. Lucía era una joven muy viva, con una sonrisa impactante y contagiosa, de piel blanca y cabellos negros, que vivía en Santa Cruz de La Palma.

La joven era hija de una familia humilde pero muy bien mirada por la sociedad. Su padre tenía una pequeña tienda de comestibles y su madre se dedicaba a las «labores de su sexo» (se recogía así en los antiguos registros eclesiásticos de la época). Su madre era muy posesiva y de mente retrógrada. Nunca dejaba salir a Lucía sola a la calle ya que estaba en época de merecer. Lucía visitaba los martes y los viernes a su tía Marta, casi siempre acompañada de su madre o su tía. Un joven apuesto de 23 años, un tal Alfredo, la observaba cada día que salía. El corazón invadía la curiosidad. Deseaban verse a solas, compartir palabras y contacto físico, pero no había forma de que Lucía estuviera a solas.

Una noche, Alfredo comenzó a ir a casa de la tía Marta y poniéndose bajo el abrigo de la oscuridad agasajaba con bellas palabras a la muchacha de piel blanca. Y así durante varios meses, a escondidas de su protectora madre y de su tía. Un Viernes Santo, sobre las 19.00 horas, Alfredo observó como una sombra oscura hablaba en voz baja con la joven Lucía. Esperó en una de las esquinas y siguió a la sombra encapuchada dos calles más abajo ofreciéndole una gran paliza, pero la sombra corrió más veloz que el joven enamorado escapándose de sus manos.

«Nunca se supo quién la asesinó»

Alfredo, muerto de celos, asistió a la procesión esa misma noche encapuchado y sin perder de vista a su joven amada. Al terminar la celebración, la joven, acompañada de su tía, se dirigió a los Pasitos, donde, a mitad de camino, una sombra encapuchada esperaba escondida entre la hierba. Al llegar el grupo de mujeres a su altura, esta se alzó con cuchillo en mano asestando varias puñaladas en el pecho de Lucía mientras las mujeres gritaban histéricas. Nunca se supo quién la asesinó.

Según cuenta la leyenda no fue el joven enamorado, pues varios testigos confirmaron su presencia en otro lugar. Las sospechas recayeron sobre su madre. ¿Pagó esta por defender el honor de su hija y de su familia? Nadie lo sabe. Cierta o no esta leyenda consta en los anales de las historias de La Palma.