Las dos sílabas de la palabra japonesa kiki se complementan. El primer ki significa peligro o temor, mientras que el segundo se traduce por oportunidad o surgir. Es la adversidad que se afronta con optimismo, con espíritu de aprendizaje. Qué mejor nombre para el restaurante que le roba el corazón a Lolo Crusellas después de su paso por el Kazan, que ya es historia, al igual que la estrella Michelin que lo iluminó, después de una apertura en medio de una pandemia.
Teníamos ganas. Teníamos ganas de sabores japoneses, de acercarnos al Kiki, en el Hotel Urban Anaga, y al wasabi y a renovadas enseñanzas de sol naciente en Santa Cruz. Y Crusellas también tenía ganas. Se le nota. Está feliz y esa felicidad se transmite desde los neones de la antesala. Disfrutamos desde el primer momento y más cuando la vajilla japonesa asoma combinada con platos base artesanos de Tenerife (salseras, posa palillos…). Fusión que, en sintonía, transmite una carta con sabores tradicionales, nikkei, mediterráneos y canarios. Y junto al gerente del Kiki, un equipo que le sigue los pasos: los cocineros, Jorge Villarroel y Berni Gutiérrez; la metre, Katerina Abreu; los sumilleres, Efraín y Daniel… Y el maestro coctelero, Junior Coctel. Imposible no divertirse.
«La fiesta comienza con un nigiri de akami real con toque crunch y chile serrano. Muy buen entrante para un espectacular sashimi»
La fiesta comienza con un nigiri de akami real con toque crunch y chile serrano. Muy buen entrante para un espectacular sashimi de atún, toro, sama, calamar, camarón canario y huevas de salmón (ikura). El emplatado merece todos los elogios. Continuamos con un cangrejo (kanji) real cocinado con la técnica robata, o sea, parrilla de carbón. Se sirve gratinado con una salsa a base de miel trufada. La propuesta se enriquece, luego, en exclusiva para FAMA, con tartar de camarón soldado (pescado a 400 metros de profundidad) y aguacate. Riquísimo.
Crusellas y su gente lo borda. La exquisitez deleita. No podía ser mejor. Entonces, encantan unas ostras francesas en tempura que se saborean solas o con salsa tentsuyu. Comeríamos mil, pero nos contenemos porque lo siguiente es un magret de pato con salsa de ciruela (Ahiru Umeboshi) que se presenta bajo campana de humo. Delicioso. Y el pan bao pa mojar que no falte.
Los postres están a la altura. El primero, el tradicional Kakigōri con espuma de yogur y sorbete de piña de El Hierro. Y el segundo, un semifrío de miso, espuma de yuzu (cítrico de origen chino), crumble de chocolate y helado de mango.
Regamos el almuerzo con un blanco seco de Viñátigo y cava, elección entre una bodega de 190 referencias de kilómetro cero, Península e internacionales.
Teníamos ganas. El mejor japo de Santa Cruz ha vuelto.
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