Aplaudimos con entusiasmo las conmovedoras campañas con las que los medios de comunicación nos bombardean, instándonos a concienciarnos sobre la necesidad de actuar cuando confrontamos situaciones de abuso.

Se nos invita a que evitemos consentir, aunque sea de manera indirecta, las injusticias gratuitas que afectan a los colectivos más desfavorecidos.

Toda esta propaganda contra el bulling, con la que está de moda llenarse la boca, cae en saco roto desde el momento que deja de ser marketing atractivo y se convierte en una realidad que nos toca a la puerta.

Nunca la ineptocracia de los gobiernos había campado más a sus anchas y como resultado, el buenismo de Occidente esta indefenso ante el bulling que ejerce sobre la desprotegida Ucrania y al más puro estilo bolchevique, el tovarishch moscovita.

«Con la excusa de la family llevo años abducida por las pelis de la factoría Marvel y elucubro de manera fantasiosa con poseer superpoderes»

Tremendo dilema se nos plantea. Podemos mirar hacia otro lado, cruzando los dedos mientras conjuramos un «Virgencita que me quede como estoy» o escuchar a nuestro Pepito Grillo interior e intervenir, arriesgando, de esta manera, la más que probable posibilidad de recibir una trompada en carne propia o lo que es aún peor, que el momento derive en un hasta luego Lucas.

Nos hemos convertido en testigos que contemplan de manera más o menos pasiva el marear de la perrita, sin acabar de dar crédito a lo que acontece y sintiendo nuestra inteligencia insultada ante la narrativa, que pretende que le compremos para justificarse, del tirano opresor.

Los países democráticos están perplejos, paralizados y sin capacidad de maniobra desde el momento en que las reglas del juego se han evaporado y el abusón de turno ha dado un manotazo encima del tablero de fichas de la política internacional, consumido por una pataleta que convierte su berrinche autoritario y expansionista en algo peligrosamente impredecible.

Con la excusa de la family llevo años abducida por las pelis de la factoría Marvel y elucubro de manera fantasiosa con poseer superpoderes. Me imagino llevando camiseta con la cara de Zelensky para contagiarme arrestos. Buscaría un nombre chulo que me identificara como madre canaria, heroína empoderada con su chola antimalcriadez, con la que saldría al patio del colegio a meterle un par de cogotazos al abusador del Kremlin… Ojalá fuera todo tan sencillo…

Qué ganas de que lleguen los Carnavales de junio.