«Sucedió en treinta de enero, allá en la remota etapa de mil seiscientos veintiocho un hecho que al orbe pasma», relata el romance de la aparición del Alma de Tacande, en el actual municipio de El Paso, en la isla de La Palma. En esa lejana época, el monte circundaba la rica hacienda de Tacande. Viviendas de oscura piedra seca se confundían con la espesa vegetación. La casa guarda aún hoy la leyenda de un alma en pena que quedó atrapada entre sus paredes y techo a cuatro aguas, de teja canaria, con sólo cuatro huecos, una puerta por el poniente, otra por el sur y a los dos lados de ésta dos pequeños postigos. Junto a la casa, un gran aljibe en ruinas.
Cuentan que durante ochenta y siete días el Alma de Tacande deambuló su pena y su pecado. Se presentaba en esta casa a arrullar a un niño y la cuna se movía sola, se oían dulces cantos y voces que procedían de persona no visible… y los desconocidos lloros de un niño recién nacido. Otras noches se escuchaban tamborcitos, panderos y castañuelas y cantaban voces de decenas de mujeres invisibles al son del ancestral villancico a lo divino: «María lo envuelve, José lo arrulla; | por ser carpintero, el niño no tiene cuna. | María lo envuelve en sus lindos cantares». El 26 de abril, el Alma habló y «descargó».
Pidió que subiera desde la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, en Los Llanos de Aridane, fray Juan Montiel, confesor que ayudaba en el curato del lugar, hasta la casa de la hacienda de Tacande, haciéndole saber que no tuviese temor, que ella era alma cristiana. El fraile cogió una estola, se puso un relicario y se trasladó a caballo hasta el lugar. Llegaron a Tacande entre la una y las dos de la tarde. El Alma recibió al fraile diciéndole «sea muy bien venido». Continuó pidiéndole perdón por darle tanto trabajo y agradeciéndole con un «Dios Nuestro Señor se lo pagará», lo mandó a descansar y a merendar, a lo que el fraile se negó. Entonces el Alma le dijo: «Ya se acerca la hora, trate V. R.ª de echar asperges y decir Salmos, para ahuyentar el malo, que quiero declarar quién soy”. El fraile así lo hizo y le preguntó al Alma: «Hija mía, ¿apartóse ya el espíritu malo?», respondiendo el Alma: «Ya se apartó de mí». Contestó el fraile: «Pues ya podréis decirnos quién sois y qué es lo que queréis» y el Alma dijo: «Soy Ana González, la heradora»; descubriéndose en ese momento que era familia de los moradores de aquella casa. Había muerto de parto, dejando a un recién nacido al que le pusieron el nombre de Salvador. Ella pidió que lo trajeran y le susurró: «Hijo, pedazo de mi corazón, chiquito y por criar». Le suplicaron calmarse y “al punto, sosegó su llanto».
«En el lugar donde cayó la piedra nació el árbol de la paz»
Después de esto, Ana González rogó al fraile que tomara pluma y escribiera que debía tres romerías para que las celebrasen. Por último, mandó el Alma dar «medio tostón a la mujer de Domingo Francisco» por unas tijeras nuevas que le había prestado. Se las había perdido y nunca se las pagó. Terminado esto, el Alma confesó no tener más que decir. El fraile le preguntó hacia dónde se dirigiría ahora y ella le respondió que al Purgatorio. El clérigo le inquirió cómo lo sabía, a lo que respondió que su ángel se lo había dicho. Entonces fray Juan Montiel le pidió que diera el nombre del ángel, que «lo quería tener por su devoto y se lo dijo en latín, y lo escribió el fraile, y no pasaron de cinco letras».
El fraile le pidió una señal delante de todos y de repente «botó por la cumbrera una piedra, del tamaño de un cuarterón, dentro de la casa, y abrió la puerta de un golpe con mucho ruido, y el fraile cayó del escabel donde estaba sentado».
En el lugar donde cayó la piedra nació el árbol de la paz, un olivo que, según cuentan, fue el primer ejemplar que floreció por aquel pago. Lo cierto es que un olivo viejo y retorcido por la brisa permaneció erguido hasta principios de los años cincuenta del siglo xx entre la casa y el aljibe.
El cuerpo de Ana descansa en paz en la iglesia de Los Remedios de Los Llanos de Aridane, por esos años único cementerio de la comarca. Y así, el testimonio refrenda que la antigua leyenda se viste de «verdadera historia».
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