¿Dónde está la señorita Thunberg? Nos queda emotivamente muy lejos en el tiempo aquel final de 2019, principios de este, nuestro año 2020. Greta Thunberg fue por aclamación el personaje público del año pasado, acaparando titulares, donaciones, catamaranes, focos y tinta. Y de repente, en marzo de 2020, nada, silencio total, desaparecida en combate, la niña lideresa que capitaneaba la revolución juvenil que pondría a los políticos las pilas contra el cambio climático. Azote de Trump, terror de Putin. Y ahora, está en su casa, haciendo cosas de adolescente.
Como debe ser. ¿Y por qué? Porque ahora tenemos un problema REAL.
Y no es que el cambio climático no sea un problema muy real. Pero no lo es (o al menos, no sirve de nada) la sensación de apocalíptica urgencia, de reproche a la generación que dio a luz la preocupación por el medio ambiente.
How dare you? […] People are dying. […] And you are there talking of money! ¿Cómo se atreven?, decía. La gente muere, dijo. Y ustedes están ahí hablando de dinero, como no.
Greta quería acciones concretas, enérgicas, sin mirar la pela, a toda cosa, no importaba el precio. Los dineros no podían ser un obstáculo para salvar la tierra. Eso eran zarandajas. Había que dejar de volar, dejar de extraer petróleo, de criar vacas. De la noche a la mañana. No hacia falta volar, pues como ella explicó, se podía ir al Louvre por internet, por ejemplo, como a la universidad e incluso al médico. Había que dejar de comprar cosas superfluas. ¿Qué podía necesitar uno si puede ir simplemente del supermercado a la farmacia, y luego a casa? ¡La gente podría incluso vivir su vida felizmente!
Que gran carambola del destino. Diría incluso que es el mayor zasca de la historia si no aborreciera de tal neologismo.
Pues aquí tienes, Greta. Empezaron a morir personas a un ritmo parecido al que tu anunciabas y los estados actuaron sin mirar la cuenta de gastos. Hemos impreso la mayor cantidad de dinero de la historia. Y ahora, suenan tambores de recesión económica mundial, aderezada con una deuda soberana que llegarán a pagar tus hijos, Greta. Suya es la suerte que Suecia sea un país despoblado, rico, y que por tanto halla pocos conciudadanos con los que repartir los recursos naturales. Dios la bendiga.
Y como ves, no sirve para salvar el planeta. Porque esto que proponías hacer, aunque quien tuviera en 2019 el cerebro funcionándole ya lo sabía, o no puede durar, o no hay cuerpo que lo aguante.
Carlos Clavijo Pacheco
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