El intervencionismo sensato defiende la intervención del Estado en los asuntos económicos y sociales. Si cambiamos el adjetivo por abusivo se convierte en mangoneo, que asociamos a gobiernos cuyas presunciones infantilizan a la ciudadanía, pretendiendo convencernos de que solo la clase política escogida sabe lo que conviene. Coincidentemente, siempre conlleva beneficio para quienes lo practican. Lo que viene siendo no dar puntada sin hilo.

Acabamos de superar unas elecciones locales y las generales amenazan con volver a abrir la Caja de Pandora de aspirantes a dirigir el País. Se me antoja que, salvo contadas excepciones, el paupérrimo panorama actual ofrece perfiles bastante mediocres en comparación con estadistas de antaño.

Llama la atención que, para obtener un trabajo de responsabilidad, tengamos que demostrar una preparación académica o una experiencia laboral sólida que justifique nuestras aspiraciones. No así en la política, donde la ineptocracia campa a sus anchas, practicando un intervencionismo agresivo que dispone de derechos y bienes como si no hubiera un mañana.

«Me resisto a rendir pleitesía a ningún color político. Navego entre las aguas que mi raciocinio e instinto me indican»

Me resisto a rendir pleitesía a ningún color político. Navego entre las aguas que mi raciocinio e instinto me indican. Exijo el cumplimiento de promesas y cuestiono el proyecto que he apoyado en las urnas. Llámenme rarita pero cuando me ningunean manejándome como si me faltara un agüita, me amulo.

Nos engatusan con mil promesas que, cual zanahoria, incitan al borrico a proseguir en su inercia. Reinventan palabros y abusan de demagogia para disfrazar todo lo que huela a fossss, en un apabullante ejercicio de eufemismos huecos que recuerdan a La conjura de los necios, brillantísimo premio Pulitzer de John Kennedy Toole.

Mamá Estado exige sometimiento con su Mommy knows best indicándonos lo que debemos comer, como disfrutar del sexo, a qué edad podemos procrear, como educar… Y así suma y sigue en un intervencionismo, que adoctrina a la sociedad, convirtiéndose en tendencia.

La política se ha transformado en una jaula de grillos cuyo ruido aturde y distrae, silenciando la única opción que favorece el diálogo y el entendimiento: la tolerancia.

Recuperemos el concepto, porfaplís, y progresemos aplicando la máxima de «Mi libertad termina donde comienza la tuya».