La columna que hoy nos ocupa podría corresponder perfectamente a un análisis sobre el fastidio que nos produce el deterioro físico y visual que acompaña el transcurrir de los años. En tiempos de pantallas y filtros esta realidad deriva, en ocasiones, en insana obsesión. Batalla perdida que no beneficia para nada nuestra autoestima. A estas alturas de mi vida me resigno ante la certeza de saber que la
alternativa a no cumplir años no es opción para considerar. Abogo por madurar con dignidad, y tirar de retoques con sensatez, evitando convertimos en caricaturas de lo que antaño fuimos.
Pero el presente artículo es más una reflexión sobre otro tipo de arrugas. Esas que encogen el alma, robando estatura, física y mental. Escuchaba hace unos días a Antonio Banderas parafraseando a Cervantes en la entrega de unos premios, y me llamó la atención como terminaba con una quijotesca y sabia observación para poner remedio al sentimiento de indefensión que se adueña de quienes, a veces, nos vemos incapaces de enfrentar las vicisitudes de la vida.
«La sociedad actual se manifiesta flojita y sin arrestos para lidiar con aquello que no implique una solución inmediata»
Ante un limitado Sancho, el Ingenioso hidalgo declaraba: «Como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; confía en el tiempo que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades».
Además de admirar la belleza de la prosa, la consideración me parece, cuatrocientos años más tarde, acertadísima para los tiempos que corren. La sociedad actual se manifiesta flojita y sin arrestos para lidiar con aquello que no implique una solución inmediata. La paciencia se ha convertido en una virtud que brilla por su ausencia y los obstáculos parecen gigantes, que no molinos, imposibles de vencer.
Atisbando el nuevo año que se presenta en breve, me atrevo, ante los numerosos lobos que auguran algunas caperucitas, sugerir que nos prohibamos arrugarnos en presencia de las dificultades. Aunque la palabra prohibir tenga una connotación que enroncha, cuando la suscribimos de manera voluntaria se transforma en un empoderante control de riendas al cabalgar a lomos de nuestro particular Rocinante, que, famélico de cordura y templanza, prosigue en su empeño por acertar rumbo sin perder confianza en lo que está por llegar.
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