Ahora, después estos años de ir y venir, de Nivel 4 o Nivel 1, de marchitar para luego florecer, veo la luz. Comienzan los festivales. ¡El Carnaval! Vuelve la Chicharrera de corazón. Sensación agridulce y emocionante tras contagiarme y padecer la Covid-19. Empezó un lunes por la mañana. Estaba algo resfriada y decidí hacerme un test de antígenos. Para mi sorpresa (o no tanto) di positivo. Me sentí como si me hubiesen arrastrado por una ladera, como si mis defensas se hubieran armado para luchar con toda su artillería contra el virus. Y en el fragor de la batalla me derretí en el sillón… Creo que me contagié en la gran apertura del Aguere en La Laguna, en la gran apertura de la libertad festiva y necesaria, porque, pese al sillón, ya es hora de normalizar de una vez al bicho. Sobre todo, por una cuestión de salud mental, lo más importante para poder avanzar. Estar confinada me hizo apreciar, de nuevo, lo que vale la libertad de circulación. Tras el alta aprecié de nuevo la poesía, como si la vida fuese una sucesión de versos. La vida, tanto que sí, se vive en endecasílabo.