Muy cerca de Ayagaures, en el sur de Gran Canaria, hay un lugar que llaman «Barranco de los Palmitos». Cuentan los viejos del lugar que oyeron de sus abuelos que hace muchos, muchísimos años, un rico campesino de la Vega de San Mateo, hombre ambicioso, por muy poco dinero, casi por nada, se hizo con aquellas tierras. Más tarde quiso construirse en ellas una casa. Muchos fueron los albañiles llamados para que la construyeran, pero no se saben los motivos, lo cierto fue que con ninguno de ellos llegó a ponerse de acuerdo.

Una fría tarde de noviembre, en que el cielo, tormentoso, se había cubierto con sus grises más sombríos, llegó a la casa del campesino un extraño hombre. Iba todo él ataviado de negro; era alto, delgado: y en su cara cetrina brillaban unos ojos intensamente negros.

Se iluminó de alegría la cara del rico campesino por lo magnífico del negocio que había hecho. Siguieron hablando de lo que el primero quería, pidiendo éste más y más cada vez, a lo que el otro siempre accedía. Al fin se marchó el extraño personaje.

Y llegó el nuevo día, y muy de mañana volvió el hombre de negro y le dijo: – Ya su casa está levantada y terminada. Págueme. – No puede ser -le contestó asombrado el dueño de las tierras- En una sola noche nadie puede hacer una casa…

– «Nadie» no, pero yo, sí… Cierto es que está terminada; si quiere saberlo, venga conmigo y lo verá. Y llevó al campesino a sus tierras y allí, en medio de ellas, ante sus asombrados ojos, vio como se alzaba la casa, ya acabada. – Tan sólo falta una piedra en este hueco; pero no se preocupe por ello, volveré a ponerla…

Y contaban los vecinos de aquel lugar, que aquella noche, se oyeron ruidos y voces lejanas de mucha gente que hablaba. Con las primeras luces del día, cesaron los ruidos, cesaron las voces. Todo quedó en el mayor silencio. Los vecinos contemplaron con asombro cómo en aquellas tierras se alzaba una nueva casa que no estaba la víspera, y a la que tan sólo para estar acabada le faltaba una piedra en un rincón de la pared, en el ángulo que forma una de sus esquinas.

Dicen que el Diablo, al oír el canto del gallo y pese a sus carreras por acabarla no tuvo tiempo de ponerla. Muchas veces se ha intentado colocarla, pero siempre se ha desprendido de nuevo y así ha llegado hasta nuestros días.

Alejandro de Bernardo
@AlejandroDeBernardo