Este verano me he tenido que despedir de alguno de mis mayores y con lo acontecido me encuentro ensimismada sopesando la obviedad de la brevedad de la vida.
Somos lo que somos y una vez superado el tiempo de permanecía física queda un remanente que se prolonga de manera proporcional a la capacidad que tenemos de haber dejado huella y a los recuerdos que provocamos en quienes dejamos atrás. Inexorablemente acabamos, salvo contadísimas excepciones, desapareciendo con el transcurrir de las generaciones que nos prosiguen.
A colación de la fugacidad del tiempo del que disponemos, hasta que el inevitable game over nos sorprende, se me antoja reflexionar sobre el karma.
«Los seres humanos estamos expuestos, de media, a cuatro experiencias realmente traumáticas a lo largo de nuestra vida»
Se especula que todos los seres humanos estamos expuestos, de media, a cuatro experiencias realmente traumáticas a lo largo de nuestra vida. Dentro de esa estimación hay personas que no paran de tener tropezones y otras que parecen levitar placenteramente. ¿Suerte, karma? El sentido común nos invita a pensar que recogemos lo que sembramos, pero, y aquí viene la letra pequeña, ¿unas personas más que otras? ¿Hasta qué punto nuestra actitud y la percepción que tenemos de lo que nos sucede influye en esa balanza?
Paralelamente, el que sepamos, no resignarnos, sino aceptar lo que no podemos cambiar, es clave fundamental del éxito de nuestro karma. Dicho así suena muy cool pero requiere un Chiquito de la Calzada «te das cuen» agotador.
No somos constantes y la vida, a veces, nos golpea con momentos en los que temporalmente perdemos nuestra esencia y no generamos con nuestros actos lo que nos gustaría. Ocasiones en las que el personal que no aporta nada bueno a nuestro karma se manifiesta, aprovechando la coyuntura, para tergiversar nuestra debilidad transitoria y emitir un «que le corten la cabeza», respondiendo a egos y envidias que guillotinan cualquier posibilidad de win + win. In pass que nos invita a abrir ventanas, dejar marchar el aire viciado y quedarnos tan a gustito.
Pienso que si las cosas se hacen con cariñito y con un afecto genuino hacia nuestras relaciones, trabajo, intereses…, escogiendo bien dónde y con quién invertir ganas y tiempo, acabamos obteniendo recompensas que dan pleno sentido a nuestra existencia.
Deduzco que, en gran medida, somos responsables y parte determinante del desarrollo de nuestro propio karma. Bueno es saberlo.
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