Es muy común que los animales, sobre todo, perros, gatos, roedores o pájaros se regalen la noche del 24 de diciembre o el día de Reyes Magos, bien porque se piden expresamente como un regalo o porque quienes obsequian no tienen una mejor idea. Cualquiera de sendas opciones es triste. Cosificar a los animales ya no está de moda. Tenemos que sentirlos y tratarlos como miembros de la unidad familiar, pues somos familias interespecie. Hablamos de adopción responsable, jamás como reacción a la euforia de Navidad o de adquisición impulsiva.

Al año hay más de 160 000 abandonos de animales de compañía y el 30 % se producen en época de Navidad. Por ello, la adopción ha de ser consensuada por toda la familia y meditada, pues lleva consigo una decena de años de vida en común, con gastos como el veterinario, alimentación…

Los cachorros son los más demandados, pero también los más abandonados, así que si llega un animal a casa en Navidad, procura que no sea un regalo, sino responsabilidad eterna, cariño, cuidados y amor.

«Si llega un animal a casa procura que no sea un regalo, sino responsabilidad eterna, cariño, cuidados y amor»

¡Y cuidado con los fuegos artificiales! Pájaros, caballos, perros los sufren en demasía. No hay ley que los prohíba sino ordenanzas y bandos municipales que señalan con total potestad discrecional si se pueden utilizar como cuestión cívica, pues la contaminación acústica es grave para animales, bebés y personas ancianas y enfermas.

Ante el ruido muchos animales escapan, son atropellados o no aparecen más. Esto sucede en el 20 % de los casos. La Organización Mundial de la Salud señala que 120 decibelios es el umbral del ruido en un ser humano, pero es que los fuegos de artificio, voladores, cohetes… son escuchados por los animales a 170 decibelios. Ojalá todos sigamos el ejemplo de Parma: fuegos sin ruido.

Los adornos de Navidad, por su parte, pueden llegar a ser muy tóxicos. Lo mejor, junto a las luces y cables, es que estén fuera del alcance de los animales. Además, las plantas navideñas como la flor de pascua, el acebo o el muérdago son altamente dañinas, con episodios, tras la ingesta, de vómitos, diarreas y nauseas.