Tenerife sufrió en agosto el peor incendio forestal registrado en Canarias en los últimos cuarenta años, calcinando quince mil hectáreas en un perímetro terrorífico de noventa kilómetros en doce municipios distintos. Por fortuna no se produjeron pérdidas de vidas humanas, pero sí se abrasaron sin remedio millones de arañas e insectos que vivían en el mantillo y en torno a la corteza de los pinos: hormigas, abejas, mariposas y escarabajos, algunos endémicos. Tampoco olvidamos lagartos, perenquenes, musarañas, murciélagos…Y las aves. Así, las llamas afectaron a más de treinta especies con sus nidos: tabobos, herrerillos, picapinos, pinzón azul del Teide, búhos y cernícalos.

Está claro que el pino canario renace de las cenizas, pero debemos valorar la biodiversidad del pinar, especialmente sensible a la acción devastadora del fuego. El pino canario es una especie endémica exclusiva del Archipiélago. Posee una corteza muy ancha que es una coraza natural contra las llamas y que puede rebrotar en diez años. Pero recuperar la riqueza ambiental de su entorno costará varias décadas. Una zona de bosque no es un grupo de pinos, también hay otras especies: sabinas, brezos y tabaibas, musgos y hongos.

Las zonas de pinar son especialmente sensibles a la acción devastadora del fuego por la facilidad de propagación que ofrecen y la presencia de materia muerta (pinocha y piñas) que sirve de combustible. Esta realidad, sumada al grado de humedad, altas temperaturas, fuerza del viento, grado de pendiente y carencia de agua, dificulta la extinción.

Los daños ambientales que ocasionó el Incendio fueron considerables: pérdida de calidad paisajística, muerte de animales, destrucción de hábitats y ecosistemas. Además, emitió una importante fuente de emisión de gases de efecto invernadero, uno de los factores que contribuyen al cambio climático. Terrible.