Fotografía / SuAr
A Ruperto Cabrera (La Laguna, 1965) siempre le gustó el arte y la medicina, especialmente, la cirugía, pero tras su paso por la Escuela de Artes y Oficios de Santa Cruz de Tenerife orientó su trayectoria profesional hacia el mundo de la pintura. De esta forma, se matriculó en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, licenciándose en 1984. Desde entonces, el que probablemente es, en la actualidad, el pintor canario vivo más cotizado, ha residido entre Miami, Nueva York, Madrid y la capital tinerfeña, donde descansa estos días.
Durante los años universitarios, Cabrera se relacionó en Barcelona, entre otros artistas, con Joan Brossa y Hernández Pijuan, empapándose de las vanguardias artísticas, corriente que estudiará luego más de cerca en París. Pero tenía claro que la partida del arte contemporáneo se jugaba en Estados Unidos, así que sin conocer a nadie decidió afincarse en Miami. Apasionado del Expresionismo americano, pronto empezó a contactar con galerías y a echarle infinitas horas al lienzo. «Trabajaba, trabajaba y, al final, acabé entrando en el circuito. Si no te esfuerzas acabas siendo muy fugaz», sostiene.
Ruperto Cabrera, que cuenta con obra en instituciones públicas y privadas, como el Guggenheim de Bilbao, el Reina Sofía de Madrid, el Banco de Tokio o el BBVA, concibe la creación como un continuo entre emoción, conceptos, valores, filosofía… Además, afirma que sus creaciones siempre se han movido en la búsqueda de un icono social reconocible, muy próximo a los conceptos del pop. El caso es que su producción, visible en múltiples series y técnicas, es una investigación incesante. «Me gusta la cocina del artista», dice, para asentar que «no hay una receta única». Sabio viejo curtido en mil paletas, la idea inicial fluye a través del óleo, acrílico, fotografía, serigrafía, imagen digital… Pasión y razón.
«Me gusta la cocina del artista. No hay una receta única»
En estos momentos su proceso creador vive una efervescencia del color, la forma y la perspectiva. Nos recuerda al Opt Art de Vasarely, pero hay más cosas. El caso es que sus telas tienen dos vertientes: una estructural, visual, y formalista, y otra emocional que depende de la sugerencia que reciba la contemplación.
El pintor vive de su arte, aunque confiesa que, en ocasiones, no han faltado dificultades. Lógico en la profesión. Pese al vértigo, prioriza la obra al comercio, al business. «Lo importante es disfrutar y generar autoestrés en la exigencia creativa», afirma.
Padre de dos hijos (Pablo y Nicolás), Cabrera es un artista nómada. Apunta que suele estar en donde le lleva el viento y que ahora sopla hacia California. Pero no hay nada claro. O sí. Es consciente de que en cualquier momento puede aparecer una ráfaga que cambie el destino. Hoy, al menos, su tierra es el hogar. Sabe que en su isla como en ningún sitio. Es lo que tiene el Alisio.
Integrante de la Academia Internacional de Arte Moderno de Roma, vive inmerso en un inagotable reseteo artístico que bebe de la tradición y de las nuevas tecnologías. Con esta premisa, puede estar dos años dedicado a alcanzar con maestría la pincelada de Murillo, como producir un videoarte en 3D sin gafas y ser seleccionado entre los ocho mejores vídeos del CuVo Festival en ARCO.
A Ruperto Cabrera le falta tiempo para inmortalizar infinitos pensamientos, miradas y amores. Por eso, cada obra suya perpetúa la existencia.
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