La producción ecológica es popular en nuestros días. No pocos la consumen. Muchos más quisieran consumirla. ¿Pero quién se ha parado a pensar en qué es realmente la agricultura ecológica? ¿Qué compramos cuando adquirimos un producto que lleva ese apellido? Al margen de lo sostenible o amigable con el medio ambiente que sea un producto, en Europa solo es legal vender algo llamándolo ecológico si cumple con el Reglamento de la UE 2018/848 del 30 de mayo de 2018. A los efectos, la agricultura ecológica es simplemente aquella que está certificada al amparo de esta ley. Cito el reglamento europeo: “La producción ecológica es un sistema general de gestión agrícola y producción de alimentos que combina las mejores prácticas en materia de medio ambiente y clima, un elevado nivel de biodiversidad, la conservación de los recursos naturales y la aplicación de normas exigentes sobre bienestar animal”.

Una ley puede hacerse mejor o peor. Dando por sentado que el interés de una ley siempre es el beneficio de la mayoría, las leyes pueden ser más o menos efectivas. Pueden contar con mejores o peores herramientas para perseguir sus objetivos. Esta ley no pretende poner trabas a aquellas personas interesadas en cultivar sus propias verduras en su balcón en una gran ciudad, sino obligar a aquellos que quieren ganarse la vida con ello a cumplir ciertas normas y, en definitiva, no engañar al personal.

Volvamos a la idea de que las leyes son mejorables, como todo aquello creado por las personas. Y pensemos en que, en última instancia, la decisión de ser más o menos sostenibles es nuestra. El Reglamento 2018/848 permite llamar ecológicos a los kiwis que uno compra en el supermercado en diciembre y que vienen de Nueva Zelanda en barco, con el consumo de recursos que eso significa en su transporte. La ley no toca temas como este, o como la estacionalidad de las frutas y verduras. Un invernadero en verano puede cultivar productos agrícolas a un coste ecológico aceptable, sin embargo, en invierno, aunque dentro del invernadero el tratamiento sea idéntico, el coste energético puede hacer que denominarlos “ecológicos” sea un insulto a la inteligencia.

Aunque la UE va en una dirección adecuada, hay todavía mucho margen para la educación, la inteligencia y la mejora.