La Cultura es, por naturaleza, migrante. Debe ser algo vivo, en movimiento, en constante fusión con los entornos. Y para los habitantes de estas ocho islas que emergieron de la nada, es absurdo pensar que algo de nuestra idiosincrasia es 100% autóctono. Todo, absolutamente todo, ha llegado de fuera en algún momento. Incluidos nosotros.

Hemos asimilado que las Malagueñas (hasta su nombre nos lo dice) nos llegan del fandango andaluz y la Isa de la jota aragonesa. Aceptamos que la mayor influencia musical en la actualidad es el reggaetón latinoamericano (nos guste o no). Y los cambios e influencias seguirán llegando. Afortunadamente.

Así, y lejos de convertir este texto en otro artículo sobre la crisis migratoria, no deja de sorprenderme el tono que estamos normalizando en los titulares de prensa o en las conversaciones de la calle. Esa misma migración romántica de cuando nuestros abuelos viajaron a Venezuela, hoy se convierte en recelo. La emoción de los que cruzaban el Atlántico al son de Antonio Molina y su “Adiós, mi España querida”, los poemas de Lorca en “Poeta en Nueva York”, la voz de Gloria Estefan cantando a una patria que nunca conoció… Parece ser que somos sensibles a la migración cuando el llanto es en una lengua que entendemos. Cuando las pieles no son negras. Cuando las llegadas sin papeles son a las costas de otros. Porque cuando no es así, pasa a llamarse inmigración. Y ya no es bonita. Ya no inspira canciones y poemas, sino titulares alarmistas y malintencionados. No genera emoción en el recuerdo, sino racismo y xenofobia.

Hace ya un tiempo, antes de que este conflicto estuviera en boca de todos, Cruz Roja solicitó ayuda a los municipios de Tenerife para albergar jóvenes y niños subsaharianos. Solo el Ayuntamiento de Candelaria contestó. Desde entonces, la Casa Rosada de Igueste (en la zona alta, con poco más de dos mil habitantes) pasó de ser un espacio destinado a colectivos culturales y deportivos, a centro de acogida temporal. Una decisión que, lejos de generar polémica en la zona, se convirtió en una respuesta diligente y humana que unió dos conceptos hermanados: Cultura y migración. La única consecuencia a corto plazo es que hoy la Plaza de la Libertad de Igueste es terreno de juegos entre los niños de ojos azules del pueblo y otros que vinieron de más lejos. Pero las risas son las mismas. Y, ¿quién sabe? Estas acciones generan modificaciones que a largo plazo se traducen en mayor tolerancia y riqueza cultural.

“Soy una raya en el mar, fantasma en la ciudad. Mi vida va prohibida, dice la autoridad”. Los versos del “Clandestino” de Manu Chao eran vanguardia antes de ser creados y hoy, más de 20 años después, siguen siendo los acordes de un drama humanitario que nadie mira de frente. Y mientras, muchos siguen focalizando el problema en el lugar equivocado, culpando a las víctimas del mismo y disfrazando su incultura con el falso miedo a perder una mal llamada “identidad canaria” que yo ya no reconozco.

Juan Castro
@juanset.ct