En aquellos días era un zombi de cerebro congelado, pero con una cuchara de palo en la mano. Me agarré a ella bien fuerte y funcionó. La cocina me salvó. Me ayudó a entenderme mejor”.

Remartini, 2019, La Puta Gastronomía

La cocina se nos presenta como una alternativa terapéutica, como herramienta de convivencia.

Se cumplen dos semanas y un día desde que se decretó el estado de alarma debido al coronavirus, y sus efectos en la restauración y la hostelería son devastadores. Bares, cafeterías y restaurantes, cerrados. El exceso de inventario, haciendo que el desperdicio alimentario campe a sus anchas. Ferias y eventos gastronómicos, cancelados. Los hoteles, convertidos en centros de refugio para turistas. Y mientras, los oportunistas de bienes raíces al acecho, y los profesionales del sector debatiéndose entre el contagio y la economía. Entre el delivery como último bastión, y las comisiones de las grandes empresas que prestan el agradecido (aunque financieramente lacerante) servicio. 

¿El lado positivo de tanta pandemia? Veo muchos. Se han encendido los fogones y la cocina se ha vuelto a convertir en el punto de encuentro más sagrado de la casa, incluyendo a los más pequeños entre sus visitantes frecuentes. Se están recuperando recetas ancestrales, que ahora elaboramos con máxima paciencia, mimo y reverencia. Incluso, hasta nos permitimos el lujo de la antelación para empezar recetas los días previos a la consumación del ritual, una ventaja muy poco habitual en la vida “normal” de los días “más rápidos”

En estos tiempos de encerronitis agudis, la cocina se nos presenta como alternativa terapéutica, como herramienta de convivencia. Volviendo a la obra arriba citada -que entre sus páginas narra cómo la cocina salvó a su autor de una depresión tremenda-, esta se nos presenta como un método ideal para entendernos a nosotros mismos, un llamado a la reflexión.

Es tiempo de recuperar los ideales de nuestras abuelas y la majestuosidad de la comida casera.

Es por ello que invito al amable lector a ser más minucioso con la calidad de lo que come y bebe, y a hacer del desperdicio cero y del reciclaje, el bendito pan de cada uno de sus días. A detenerse y volver a apreciar la inmediata disponibilidad de los alimentos que consume. Y sobretodo, a valorar la labor titánica de las personas que trabajan -con y sin virus- para llevarlos a su despensa.

la cocina en casa

Es tiempo de recuperar los ideales de nuestras abuelas y la majestuosidad de la comida casera. Veo necesario tomarnos estos días para hornear todo lo que no hayamos horneado e inundar los rincones de la casa con los aromas que mejor hayan definido nuestra infancia.

Sobran los días para guisar y fermentar, para descubrir las ventajas de lo que significa reemplazar el fast, por el slow food. Para educarnos más sobre dietas alternativas (y no hacerle bullying a sus practicantes). Para retomar nuestro huerto en casa y sembrar y compartir en familia. Días para arriesgarnos con recetas que no podemos ni pronunciar, o aún más gratificante, para descubrir nuevos caminos con el divino (y a veces pesado) arte de la improvisación. 

Es tiempo de vivir el presente y hacer el mejor caldo que podamos con las circunstancias dadas. Pero no sin antes mirar al futuro, y para ello, volcarnos en el apoyo que requiere el sector primario. Siempre siguiendo las recomendaciones de prevención y seguridad, no olvidarnos de la carnicería, panadería, pescadería y/o frutería del barrio. Que no solo evitarán al lector las aglomeraciones y colas tan grises de los supermercados, sino que ofrecerán una gran variedad de producto local de altísima categoría, y aún más importante, le darán los buenos días.

Ramón David Rodríguez
@RamónDavidRodríguez