La situación geográfica de la Graciosa la convirtió en paso obligado para el tráfico entre Europa y África, deshabitada hasta mediados del siglo XIX, fue sin embargo visitada de acuerdo con las numerosas referencias escritas, por griegos, fenicios, cartagineses y romanos.
El origen del nombre de La Graciosa se diluye en la historia, y las pocas referencias se remontan al siglo XIV, donde surge el título de “Gresa”. Una, la crónica de Enrique III, dice: “En esta año (…) la isla de Lançarote junto con otra isla que dicen La Graciosa…”.
Personajes históricos surcaron sus aguas, pero la isla no fue poblada de forma permanente hasta finales del siglo XIX por pescadores procedentes de Lanzarote. Más de 700 habitantes tiene Caleta de Sebo, donde se agrupan casas vestidas de blanco al borde de un mar acristalado de añil y turquesa. Las ventanas verdes o azules miran a los acantilados del Risco de Famara, en Lanzarote, que se alzan desde la otra orilla de El Río. Este brazo marino separa ambas islas por un kilómetro líquido, ansiado refugio de navegantes y piratas en otros tiempos, como relatan manuscritos y anclas sumergidas durante siglos.
Destaco una referencia que hace Torcuato Tasso pues, según él, en La Graciosa tuvieron lugar los idilios entre Armida y Reynaldo. Reynaldo era el joven guerrero que potenció la cruzada para la liberación del Santo Sepulcro. Raptado por la bellísima Armida, bruja pagana, que había sido su enemiga, fue llevado a la Graciosa para vivir allí un idilio de amor.
No hay carreteras. En la paleta exquisita de colores falta el negro del asfalto. Una red de senderos permite a los caminantes y ciclistas recorrer sus confines. No debemos desviarnos de su trazado para evitar erosionar el terreno. Se pueden alquilar bicicletas en Caleta de Sebo o contratar el traslado en todoterreno con conductores autorizados.
Ojo con los residuos que generemos porque en esta isla tienen un coste muy elevado y su solución es compleja. Cualquier deterioro que se ocasione en La Graciosa tiene un gran impacto en este parque natural (desde 1984), reserva de la biosfera (1992) y reserva marina (1995). Por ello, los residuos que originemos deben regresar con nosotros cuando abandonemos sus playas. Los turistas que recalan aquí están dispuestos a caminar descalzos, a sentir el olor a mar, a bañarse en un mar transparente hasta recordar cómo se cuentan las estrellas. En la arena se sueña sin querer y el despertar nace bajo las miradas de las gaviotas que se han posado alrededor. Es un paraje de silencios. Silencios que se oyen llenos de alisios, de voces de aves, de borboteos de agua, de colores que se escuchan. Los admiradores del silencio hallan aquí su destino. Estás en la octava isla. El otro paraíso.
Alejandro de Bernardo
@AlejandroDeBernardo
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