El verano es el tiempo de la luz, la terraza, la cervecita, verbena y romería, largas lecturas, aunque, últimamente, tengo la sensación de que todo sigue trastocado, fuera de lugar, como si la ya lejana Pandemia (¿qué Pandemia?) nos hubiera dejado inercias inconscientes que nos quieren desgobernar hasta nuestro verano. Y eso sí que no, porque el verano es sagrado. Al paso que vamos no tendremos gobierno que llamar gobierno, ni arriba ni abajo, ni en Madrid ni en Canarias. A este verano, entonces, habremos de sumarle, entre caña y caña, entre terraceo y playita, entre viaje y bailoteos, las últimas noticias de la política y, aunque estemos de viaje gozando merecidas vacaciones, no acabaremos de desconectar. Montar gobiernos no es tarea fácil, sobre todo cuando ya hay más partidos políticos que votantes. Y pactar, darse la mano gracias a un caballeroso interés común, cada vez parece más en las antípodas de quienes hacen de la política un oficio. Las cosas de palacio van despacio, pero a mí me gustaría que nuestros veranos sigan siendo veranos, veranos limpios y azules, puros, de los que nos dejan recuerdos, y que nuestras navidades sigan siendo invernales y con uvas, y que todas esas sensaciones de alocado mundo al revés vuelvan a reordenarse, a redondearse felizmente. Yo soy proclive a los cambios pensados y muy ajeno a las corrientes descerebradas y a la improvisación. Al pan, pan y al vino, vino. Porque todo parece líquido, volátil. ¿A dónde nos agarramos?
«Arriba no quieren que haya descanso. Quieren hurtar el verano. Cuando no son elecciones anticipadas, son hachazos del euribor para robarnos a manos llenas»
Arriba no quieren que haya descanso. Quieren hurtar el verano. Cuando no son elecciones anticipadas, son hachazos del euribor para robarnos a manos llenas o ataques de la inflación, o una guerra ya larga en plena entraña europea que todavía nadie entiende y nadie acaba, como si lo extraño fuera poder vivir en un estado de calma. Flotar en la piscina. Flotar al solajero. Vamos a reivindicar nuestro derecho al sosiego, a no vivir llenos de susto y con el corazón en la boca, así que planeemos nuestras vacaciones sin teléfono móvil ni internet (al menos una semana), concentrémonos en la pareja, la familia, amistades y ese embriagador solecito después de un baño en el mar. Todo lo que nos gusta. Vocación para la felicidad, que es lo que al final nos llevamos.
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