Esta semana ha llegado el otoño y con él la vuelta al cole. A la vista de las cifras de contagios actuales, es obvio que hemos sido bastante irresponsables durante el verano y ahora nos sentimos como adolescentes que regresan a las aulas, a la vida real. Notamos ese tradicional cosquilleo en el estómago que nos recuerda que, este año, el nuevo curso será como volver al instituto para todo el sector cultural.
Suena el timbre y los primeros en llegar son los empollones. Traen la tarea hecha porque han pasado los meses estivales estudiando lo que se nos viene encima y por eso se presentan el primer día con el movimiento Alerta Roja. Para muchos solo un cuadradito rojo en Instagram o un trending topic en Twitter, pero lo cierto es que se trata de una movilización sin precedentes, respetuosa y creativa, que ha unido a la industria del espectáculo en su demanda de medidas específicas. Algo inaudito con un gobierno de izquierdas.
Entramos en clase y al fondo, entre risas y como si esto no fuera con ellos, están los populares. Si alguien está haciendo su agosto este 2020 son las plataformas digitales. Las multinacionales han logrado seguir sacando beneficios gracias a ser la única ventana al mundo que no exige mascarillas ni distancia de seguridad. Nos salvaron la vida durante el confinamiento y seguimos disfrutando de su música, sus series y películas, pero su carácter global potencia demasiado lo comercial frente a la oferta minoritaria. Y a ese riesgo hay que sumarle que nos aleja cada vez más de la necesaria Cultura tangible.
En la cara contraria están los repetidores, que todavía no se habían recuperado de la crisis del 2008, y los inadaptados, que solo se quejan y no hacen nada. ¿Y recuerdan aquel profesor que no explicaba nada y solo daba bibliografías para que nos buscáramos la vida con los apuntes? Muchas instituciones se han lanzado a dar subvenciones económicas sin tener en cuenta que sus propias normativas de seguridad imposibilitan el desarrollo de la mayoría de los proyectos. Pero también tenemos profesores enrollados gracias a esos programadores, privados y públicos, que han hecho los deberes y se las han ingeniado para que la actividad no cese.
Frente a todo esto, e igual que esos padres que no saben si enviar a sus hijos a clase, el público de los actos culturales permanece expectante y confuso entre horarios, actividades virtuales y recomendaciones cambiantes sobre aforos, mascarillas y distancias. Las personas mayores son la audiencia más fiel, pero esta situación les asusta y, por otro lado, esta crisis corre el riesgo de llevarse por delante los hábitos del público joven, el más difícil de generar.
Es imposible buscar culpables, especialmente cuando este peculiar instituto no tiene a nadie en Dirección. En una crisis en la que todos somos víctimas y responsables, nadie debe mirar hacia otra parte, pero se agradecería ver de vez cuando al Ministro de Cultura por algún lado… pero debe ser un gran fan de “El jefe de todo esto”, de Lars Von Trier.
Cierto es que ayer mismo, desde el Senado, se daba un discurso precioso sobre las bondades de “la cultura segura”. Precioso sin ironías, pero llega tarde. El tiempo de las palabras fue hace meses. La promoción 2020/21 necesita menos parches y más visión global en acciones a largo plazo.
Juan Castro
@juanset.ct
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