«La cafetería Orche da nombre a este territorio de carnaval del que también beben El Platillo Volante y El Coral»

Quienes a estas alturas de la vida vieron una película en el Cine Rex, jugaron al minigolf en el parque García Sanabria, revolotearon por la Casa Portuguesa o disfrutaron de un helado en Marpi son criaturas de la EGB y del carnaval de Orche, ese que no solo pende del reguetón, pues hay otros ritmos que mueven la cintura de madrugada y atraen a miles de carnavaleros viejunos. Antes se reunían en el Corynto, pero los años pasan y las apreturas, ahora, se concentran en la confluencia de las calles Méndez Núñez y Robayna.

La cafetería Orche da nombre a este territorio festivo del que también beben El Platillo Volante y El Coral. Los tres de toda la vida y los tres abonados a la amanecida durante el tiempo en que las carnestolendas se adueñan de la noche en la capital tinerfeña.

Por la mañana sirven cortados, barraquitos y demás cafetales que se combinan con bocadillos y tapas de tortilla. Se trata de saciar la gazuza antes del almuerzo. Luego, por la tarde, la cosa amaina para encenderse, de nuevo, al ocaso. La guardia es continua y nunca se sabe. Es lo que tiene la hostelería. Pero en carnavales es otra cosa. En carnavales el compás se lleva tras la medianoche entre cervezas, yintónics y demás blancas y altas graduaciones que hacen que todos los gatos sean pardos.

Horas intensas de gratificante trabajo para el propietario de El Orche, Orlando Morales, y demás empresarios volcados para que el gentío multicolor cante a voz en grito «¡qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000!». Letras que crecieron junto a historias vitales que se destapan (es tradición) con una copa de carnaval en la mano.


Foto: David Gil