Fotografía / SuAr
María Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1992) fue una niña un poco rebelde e inquieta, siempre preocupada de que las cartulinas de los trabajos que le pedían en el colegio estuvieran perfectas. Al acabar el bachillerato tenía claro que no quería dedicarse a algo que no la hiciera feliz, así que empezó a estudiar Publicidad en la universidad. Tras el segundo año de carrera se dio cuenta de que necesitaba algo más, así que se matriculó también en la Escuela de Arte para realizar un ciclo superior de Diseño, gracias al cual amplió su visión artística.
En las primeras clases de Dibujo Artístico se sentía un poco apartada ya que la mayoría de estudiantes dibujaba muy bien. No obstante, todo cambió cuando una vez le preguntó a la profesora si quería darle clases particulares. Su respuesta no la olvidará nunca: «Me dijo que no, que ni de broma, que yo dibujaba diferente al resto, que eso era muy positivo y que, por favor, no dejase de pintar».
Al acabar la universidad y el ciclo continuaba explorando con la pintura. Por aquel entonces pintaba en madera y con las pinturas que su abuela tenía en su casa sin usar. Un buen día se decidió a sacar los cuadros a mercadillos. «No vendía mucho pero era muy feliz reflejando lo que pasaba por mi cabeza», recuerda.
Luego llegó el momento de estudiar un máster en Madrid, con lo que ensanchó perspectivas y evolucionó con la pintura. Ya lleva cuatro años allí y, en la actualidad, trabaja en una agencia de publicidad.
«Estaba muy feliz, muy nerviosa y rodeada de personas que me apoyaban. ¡Y vendí todos los cuadros!»
Su primera exposición, en un bar de Malasaña, no se olvida: «Estaba muy feliz, muy nerviosa y rodeada de personas que me apoyaban. ¡Y vendí todos los cuadros!».
María Delgado confiesa que le parece precioso que una parte de ella esté en cuadros colgados en las paredes de las casas, «en lugares tan importantes». Dice que suele tener el cuadro en su cabeza y que no para hasta verlo igual que como lo imaginaba. Se inspira en la vida y en entornos de buenas personas que aportan.
Su obra se caracteriza por colores vivos y aunque disfruta más pintando en grandes formatos, la Cuarentena de 2020 le enseñó que cualquier cosa puede ser un buen lienzo: pantalones, chaquetas, tenis, una botella…
Gracias a aquella profesora, hoy existe una joven pintora que sueña con vivir de lo que pinta para dejar, asienta, el Mundo un poco más bonito.
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