Mira que la palabra clase es polisémica. Por ejemplo, estaba yo el otro día con los colegas mandándonos los vinos, al lado de mi casa en La Restinga (por cierto, qué sabrosos están los vinos de El Hierro, los de Uwe, los de Elysar, pero también los Viña Frontera) y pasó por la avenida un pibón, apenas envuelta en un pareo, cubierta con pamela a lo Isabel Preysler y gigantes gafas de sol, y todos exclamamos, tras hacerse un silencio de ovación, ¡ños, lo que es tener clase! Pero después está esa otra acepción, clase social, y ahí ya hablamos de pirámides poblacionales y de personas ricas y pobres. Hay clases y hay castas, como dirían en Podemos (si es que queda alguien a estas alturas) y yo, he venido a descubrir, en este inicio de curso escolar, que la pandemia cabrona de la Covid-19 ha establecido nuevas clases sociales. Por ejemplo, el Gobierno de Canarias ha mandado al cuerpo de profes a empezar el curso presencialmente, pónganse la mascarilla y abran las puertas que hay que atender a estudiantes y adolescentes para que las madres y los padres puedan trabajar. Muy bien, estamos de acuerdo, por supuesto. Pero resulta que voy a la Administración (Gobierno, cabildos, ayuntamientos) y casi todo el mundo teletrabaja y, además, me impiden el paso y pida usted cita telefónica y gaste usted una semana de su tiempo de aquí para allá. O voy al médico y es un sinvivir para que me vea la pupa y no sea atención telefónica de aquella manera. El colectivo de profes debe ser clase baja, porque no teletrabaja. Somos de la clase presencial.
Y después está el significado de la palabra clase preferido por el alumnado, cuando dice alegre: «Joder, ya mañana hay clase». Perdón por la ironía, pero ser profesor de Secundaria y observar cómo este Gobierno reparte clases sociales sin ton ni son fastidia mucho. Tenemos que ser más solidarios y si ya está todo el mundo vacunado es hora de que también en las administraciones se enchufen al modo presencial, como hacemos algunos, que nos pasamos el día dando clases con la mascarilla y desinfectando manos y papeles. Ya demostramos el curso anterior que es viable. ¿No es justo que como mínimo que quienes trabajan en las administraciones y gestionan los centros sanitarios hagan lo mismo? Es hora de ponernos las pilas y trabajar cooperativamente por el bien común para salir cuanto antes del socavón.
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