¿Cuáles eran los alimentos que detestábamos más?
Si bien es cierto que de pequeños todos tuvimos nuestros alimentos favoritos, también lo es que existían algunos que no podíamos ver ni en pintura. Texturas, sabores y olores de alimentos que detestábamos, y que salvo algunas excepciones, hoy en día hemos aprendido a querer.
Según el Tío Google, mucho depende de cómo hayamos sido alimentados durante los primeros años de nuestras vidas, o lo que es lo mismo, de nuestras rutinas alimentarias. En otras palabras, que si nos acostumbraron a una dieta de purés, normal que no prefiramos los alimentos duros, como las carnes magras. Que si no conocimos el mundo que hay detrás de una hamburguesa de pan-salsa-carne-pan, es muy lógico que salgamos corriendo cada vez que veamos una rodaja de tomate. Algo así como el psicoanálisis de Freud.
Claro que existen algunos alimentos que simple y llanamente son repudiados por ley en la comunidad infantil, independientemente de las rutinas alimentarias de sus integrantes. El brócoli, la casquería o el salmón, por ejemplo. Pero también los hay de aquellos que detestamos gracias a algún trauma pasado. Como la eterna insistencia de mi padre (hasta el sol de hoy se mantiene) de que el ojo del pescado es lo más suculento y nutritivo del animal. Me encanta el pescado, pero creo que nunca me volveré a comer el ojo. Gracias, papá <3.
Con el objetivo de redactar estas líneas, logré conversar con varios amigos sobre la materia. Entre todos, y basándonos en nuestras experiencias, hemos dado con cuatro alimentos que definitivamente, fueron nuestra kriptonita por mucho tiempo. Incluso hay un par a los que todavía no les tenemos entera confianza.
- Aguacate: Triste, pero cierto. Durante la infancia de muchos, el aguacate fue sinónimo de misterio. Es una fruta, pero no es del todo dulce, y su consistencia y color tampoco es que sean los mejores para atraer a los niños. Sin embargo hoy, ¿cómo vivir sin él?
- Anchoas: Pedir pizza y que alguno del grupo la quisiera con anchoas era para mi el peor de los sacrilegios. Toda la imagen que pude haber construido de esa persona -aún siendo un niño-, se derrumbaba en segundos. Tan pronto llegaba la pizza a la mesa, un fuerte olor invadía toda la sala. Y no importaba si eras lo suficientemente valiente como para retirar las anchoas con la punta de los dedos. El olor permanecía. En el queso, en la pizza y además, en tus manos. Terrible.
- Espinacas: Mucho Popeye y demasiadas historias, pero tardé mucho tiempo en declararme ídolo de la espinaca. Recuerdo sobretodo, su aspecto baboso y un color más que oscuro que siempre me causaron rechazo.
- Queso Roquefort: ¡Buah, chaval! El premio gordo, gordo. Empezando por el moho y ni hablar del olor. La frase “el que llegue de último es un queso podrido” te debería decir algo.
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